Esta situación nos fuerza, a los hombres y las mujeres del siglo XXI, a hacer el gran reconocimiento de humildad de sentirnos y sabernos lo que somos realmente: una pieza más del entramado del universo. Una pieza privilegiada si se quiere, pero una entre tantas. Nos obliga a reconocer la finitud de la condición humana por encima de pensamientos y ensoñaciones grandiosas, a convencernos de que vivimos en la provisionalidad y de que, lejos de lo que a veces pensamos, no lo gobernamos todo, ni mucho menos. A los hombres y mujeres creyentes en este siglo XXI, esta situación nos pide que doblemos nuestro cuello para que nuestros ojos miren fijamente al corazón de cada uno y meditemos y lleguemos a esa conclusión, que tanta paz nos aporta cuando conseguimos experimentarla, de que nosotros somos de Dios, seguimos siendo de Dios a pesar del transcurso de la historia y sus cambios profundos, y; en la vida y en la muerte somos de Dios. Esta cuaresma del 2020 y a lo mejor también la semana santa y la pascua, la estamos viviendo de forma diferente, como una oportunidad para la introspección, para resituarnos en la vida, en el mundo y en la historia ayudados por los acontecimientos y las condiciones de vida tan especiales. Una oportunidad para desendiosarnos, para sentirnos frágiles y buscar nuestra sustentación en la fuerza amorosa del Padre.
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