Y es en este estado de descentramiento cuando se nos revelan acontecimientos hasta ahora algo esquivos, quizás ocultos. Hemos aprendido el auténtico valor de tocarnos y besarnos; nos solidarizamos con quienes entregan su vida, nuestras héroes; escuchamos la soledad del anciano que espera su hora. Nos indignamos por el abandono de lo común, de nuestros sistema público de protección social. Son días, a la vez, de una gran sensibilidad cultural. A través de la poesía, las canciones y otras expresiones culturales nos acariciamos y nos consolamos. De repente nuestra prioridad es cuidarnos, unxs a otrxs. Algo en nuestras entrañas se nos ha removido. Somos samaritanas. No podíamos pasar de largo. ¿No creéis que de alguna forma ya vivimos aquella promesa de la mesa compartida de la eucaristía?